Hubo un hombre que concibió un sueño: el de una tierra rica, poderosa y unida, bajo un solo señor. Siete ciudades serían las gemas de su corona, y el terciopelo de los amplios bosques sería su manto. La riqueza fluiría por una red de caminos, como savia de plata tejiendo los hilos de su estandarte. Y desde el primer señor hasta el más humilde labriego, todos beberían de las aguas de la prosperidad.
El hombre que tuvo aquel sueño supo que debía contarlo. Y también supo que debía luchar.
Cuando un capitán se levanta y desenvaina su espada apuntando a los cielos, un coro de voces lo sigue. Gritan de alborozo sus aliados y cierran filas sus enemigos.
Slovan el soñador grande conoció amigos y adversarios. Buscó los aliados más fuertes y se encaminó a las tierras del oro. Pactó con sus señores y armó sus primeras huestes. Una tras otra, las siete ciudades cayeron rendidas a sus pies.
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