Las gemas de la corona

Valmir la Antigua, la primera ciudad del reino, fue la primera en acatarlo. También había sido su cuna, allí donde conoció el primer amor y alentó sus sueños de muchacho. Los clanes de los páramos, domadores de caballos, nutrieron su tropa.

La siguiente fue Borey la Bella, ciudad de filigrana y madera asomada a orillas del Gran Lago. Con ella, sojuzgó a los pescadores y a las tribus nómadas que poblaban los bosques norteños.

La sucedió Dagor, mercado de ganaderos y leñadores. Allí sufrió el rey su primera y dulce derrota, a manos de una mujer. Él conquistó su ciudad y ella se adueñó de su corazón.

Sarlov la Orgullosa, guardiana de las estepas, cayó más tarde bajo su yugo. Los jinetes de las llanuras, feroces asaltantes de aldeas, se mantuvieron alejados de sus huestes.

Duyelav, la Puerta de Oriente, entregó sus armas al rey. Una dinastía aliada ocupó el poder de la ciudad y las gentes de sus llanos fértiles celebraron la victoria del nuevo señor.

Anclada junto al Sar de aguas veloces, Kasmir abrió sus puertas al conquistador imbatible, ansiosa por ganar oro y no perder una vida.

La última en caer fue Dazil, la Perla del Duin, la más rica de todas las ciudades, dominando el gran río que trazaba una frontera en el sur. Los señores de Dazil fueron reacios a doblegarse y sólo se rindieron tras un largo asedio. El ejército los rodeó por tierra y un puente de barcazas cerró el paso por las aguas. Cuando Slovan dominó el río, se convirtió en el amo de un reino.

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