La señora de Dagor

Katrin era su nombre, y la llamaban la Diosa. En ausencia de su esposo, fue señora de su ciudad y del reino. Juez implacable y férrea gobernadora, sus hijos vieron en ella, antes que una madre, a una reina.

Tan sólo un hombre conoció el fuego y la ternura de la dama que acaudilló su ciudad con mano de hierro. Alma apasionada, apoyó a su esposo en la tarea más silenciosa e ingente de su reinado: la administración de las tierras, la defensa de la ley y el establecimiento de alianzas duraderas con las ciudades.

Fue la reina quien administró el oro, abrió nuevas rutas, construyó mercados y levantó murallas. Su esposo sostuvo el reino con la espada; ella lo hizo crecer con el báculo y la azada.

A la muerte de Slovan, Katrin aupó a sus dos únicos hijos. Uno fue el rey sucesor; el otro fue su defensor.

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